Si alguna vez
Si alguna vez
Publicado el 24-Jul-2016 por Santiago Tejedor
Si alguna vez fuera profesor o me dedicara a trabajar alrededor de ese verbo mágico que se llama “educar”, diría a mis alumnos: “Hoy, como cualquier otro día, nos levantamos vacíos y con miedo. Que la belleza que amamos sea lo que hacemos”.
Y, si alguna vez, uno de esos estudiantes (por ejemplo, de Comunicación o de Periodismo) me preguntara si servirá para aquello que estudia, le diría: “Cada uno ha sido fabricado para un trabajo en particular y el deseo para ese trabajo ha sido puesto en cada corazón”.
Si alguna vez, alguno de esos supuestos alumnos, me preguntara dónde reside “su” vocación, le diría: “No te quedes satisfecho con historias, con cómo le han ido las cosas a los demás. Revela tu propio mito”.
Si alguna vez, trabajara en algún proyecto, curso o máster construyendo viajes o formando viajeros, a mis alumnos, sobre el mejor viaje, les diría: “Solo desde el corazón puedes tocar el cielo”.
Si alguna vez –yo– me aventurara a recorrer el mundo buscando, indagando, preguntando por algo o si hubiera anhelado –por años– encontrar algo (o a alguien), me diría: “Lo que buscas, te está buscando a ti”.
Y si alguien, alguna vez, preguntara por el camino que lleva hasta las cuatro letras, le diría: “Tu tarea no es buscar el amor, sino buscar y encontrar las barreras dentro de ti mismo, que has construido contra él”.
Y si alguna vez, entre rones y recuerdos, me sintiera o me hubiera sentido engañado, decepcionado o casi hundido, me diría: “Hay mil maneras de arrollidarse y besar la tierra”.
Si encontrara, alguna vez, a alguien con alguna herida –visible o invisible– de esas que dejan, a veces, los cobardes; o a veces, los cristales, le diría: “La cicatriz es el lugar por donde te entra la luz”.
Si alguna vez alguien me dijera que el amor entiende de fases y de etapas, y que hay “cosas” y sentimientos que, tarde o temprano, se acaban, le diría: “Los amantes no se encuentran en ningún lugar. Se encuentran el uno al otro todo el tiempo”.
Si alguien, alguna vez, me preguntara por qué ella y no otra, le diría: “Enciende tu vida. Busca aquellos que encienden tus llamas”.
Y si, alguna vez, en esa misma conversación, me insistieran en por qué no fue antes, en otro momento o en otro lugar, le diría: “La belleza nos rodea, pero normalmente necesitamos andar en un jardín para saberlo”.
Y si, alguna vez, esta vez “ella”, me preguntara porque la miro en silencio, sin hablar, le diría: “Permítete a ti mismo ser silenciado por el tirón más grande de lo que verdaderamente amas”.
Y si, alguna vez, otra vez, "ella", quisiera saber el “motivo” de las palabras, le diría: “En tu luz aprendo cómo amar. En tu belleza cómo hacer poemas. Bailas dentro de mi pecho, donde nadie te ve, pero a veces yo lo hago y esa luz se convierte en este arte”.
Y acabo. Acabo con la última frase robada a Rumi. Si alguna vez tuviera que regalarle un consejo a mi hijo, le diría:
“Aquí hay una carta para todo el mundo. Ábrela. Dice: Vive”.
(R).
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